[Llanto y nado: Hacia otra orilla de Catalina Gré]. Por Felipe Poblete

Felipe Poblete reseña el primer libro de Catalina Gré (Santiago, 1989), Hacia otra orilla, publicado por Ediciones Cástor y Pólux el año 2016.

Llanto y nado. Hacia otra orilla de Catalina Gré

Libro breve, como materialmente pequeño (13×20,5 cm.), con unas llamativas ilustraciones de Ernst Haeckel en la portada: plantas submarinas de belleza colorida y atractiva, acaso psicodélica, pero alejadas o diferenciadas de la belleza que posee el libro en su interior, entre sus propios versos encubada, con delicadísima técnica. Casi susurro.
Llamado Hacia otra orilla y publicado por la editorial Cástor y Pólux el año 2016, el libro, muy concentrado, constituye la primera publicación individual de Catalina Gré. La palabra “orilla” pudiera hacernos pensar, primeramente, en el borde del río –la ribera– más que en el océano, pero tal vez el propósito de las ilustraciones en cubierta sea ese, indicar que el viaje es hacia alguna orilla, lejana o cercana, a través de un mar o, al menos, de un paisaje marítimo o costero, litoral además de diurno, como el albo tono que en cubiertas domina, enmarcado de verde-agua ¿o de turquesa? ¿Quiénes saben el núcleo del color? El día alumbra las posibilidades: “hebras / iluminadas” (35), aunque en un punto del recorrido la autora señale o advierta: “navegas / a oscuras” (17). Pero no es noche esa oscuridad que es personal e íntima pues debajo del sol estallan y dialogan las cosas que en el poemario configuran su exclusiva fauna, su constelación de elementos, acaso como en géminis se enlazan Cástor y Pólux, amantes, lúdicos: y bien pareciera que cosidas por arte y amor estuvieran las zonas y los elementos que palpitan adentro del libro.
Atiendo otra vez a la palabra fauna. A pesar de lo concentrado del libro, tal vez demasiado, existe una variopinta reunión de animales, acciones y temples. La verdad, tanta que tiende a volverse exigente. Un libro breve nunca lo es. O bien: en su brevedad radica su virtual anchura, esa que únicamente en las relecturas podemos explorar. Y esta apuesta lírica de Catalina Gré propone una realidad en movimiento en que vienen a participar “los barcos / derramados” (19) o “las medusas / enterradas” (39), “los cangrejos” (45), “un pescador” (43), una “ballena / suspendida” (35), por supuesto “los peces” (15), “un cardumen” (29) y hasta un desconcertante “lobo marino” (11). Arma su personal bestiario administrando sus delicadas pinceladas, como de acuarela o de lágrimas que en venir pintaran.
No todo es delicado tampoco. Otra de las cruciales características de este libro viene determinada por una fuerte –perdónenme la indiscreción– violencia formal. No se trata de rimas ni de métrica regular, sino del abandono de los signos de puntuación y de las mayúsculas, estrategia que ya no sorprende ni atemoriza en nuestros días; ¿por qué? Otros poetas abolieron los signos de puntuación y las mayúsculas en su publicaciones, pienso en el condensado –aunque infinito– libro de un joven poeta llamado Neruda, que a sus veintiún años ensayó su personal tentativa del hombre infinito (1926), abandonando puntos y mayúsculas para enojo y escarmiento de críticos y lectores.
Tantos problemas no trae ya la ausencia de signos gráficos de puntuación y/o de mayúsculas que reconocemos en libros más recientes también, como lengua de señas, amarillo crepúsculo o una cita al aire libre, de los poetas Enrique Winter (1982), Andrés Anwandter (1974) y Eduardo Farías (1985; bajo el seudónimo “Tos de perro”), respectivamente. Digamos que ya nos hemos ido acostumbrando. Pero lo verdaderamente fuerte, a mi parecer, está en la disposición de estrofas compuestas siempre por dos versos. Es válido, claro que sí. Y hay una fuerte importancia en que sean siempre estrofas de dos versos, aunque bien podemos recogerlas como un solo verso, a cada estofa, unos pocos endecasílabos alcanzan a brotar así: “la caracola / desarma sonidos” (9), “que la costa / no puede soportar” (13), “en tu rostro / desembarca una lágrima” (7) “y no sabes salir / de tanto mar” (7). Por cierto, esos cuatro bien podrían componer otra nueva estrofa.
O acaso sea que el contenido que posee, múltiple y móvil, cobra una exigencia alta para con el lector –como anticipaba más arriba–, en tanto le ofrece puntos escasos de apoyo en sus imágenes que se iluminan como queriendo eternizarse en su propia fuga. Existen, sí, y aparecen como tintineando o acaso vacilantes entre durar y hundirse. La tarea pudiera ser reunirlas, adivinándolas en la orilla como quien recolecta huiros, conchitas, palos que las olas carcomieron como niñas sus frutas: “el nadador / se desnuda” (37), “finge paz / interior” (43), “observa / la situación doble” (15): “un reino / traslúcido” (36), “el peso / del eco” (35), “una brazada / en el oleaje” (25), “sabe nadar / en tus mapas” (11) “hacia un barco / de papel” (17). Por cierto, en la tentativa del collage también pudiera venir la relectura: pues colorido sí que es, al tiempo que delicado, exigente de una velocidad que solo reme en la lentitud de una lectura atenta.
Y en su brevedad –insisto– insiste también una como continuidad, un cordel fino y a ratos imperceptible, que bien ha sabido dar cuerda a la tristeza, guardada en el "a través" de estos versos, que suman algo más de doscientos. Adentro van acunadas unas lágrimas vivas, unas lágrimas con su pena y en su llanto liberadas. Y la sangre y la sangre con su herida también, durando sumergida en la liturgia del llorar; así parte el libro, de hecho: “en tu rostro / desembarca una lágrima” (7). Y a través de los versos leemos que: “las penas / se desaguan” (17), “reanudan / su naufragio” (19), leemos que: “busca / una herida” (21), “las lágrimas / ruedan” (31), “prolifera / el llanto” (45), “crea / sangre nueva” (25). Y de nuevo el cordel nos hila sus direcciones curiosas.
No todo va zurcido a la perfección, la que el mar prohíbe, pero es cierto que también las cosas que van dentro del libro van como metamorfoseándose; me imagino que en su voluntad de viaje "hacia otra orilla", la que bien pudieran ser los brazos abiertos de un futuro o, al menos, un presente agazapado. Percibo que esa índole viajera está lograda –y eso no es poco decir–: hay su movimiento, hay su cambio: y eso que la brevedad más pudiera tener que ver con la fotografía y su quietud tan paradójica, pero en esta brevedad que Catalina Gré ha elaborado o tejido sí se perciben un "abrirse" o un "cerrarse", un movimiento, finalmente.
Acaso el movimiento perpetuo de la vida, acaso ese deslizar de remos sobre el agua, “cosido / a las olas” (25), “su urdimbre” (19), “en la travesía / del agua” (35). Este especial dinamismo que Catalina Gré ha sabido propiciar está consagrado a la entrega: es humildad y es cariño el sentir (no quiero decir pathos), que danza único en las aguas, viajando y durando. Y todo viaje es también interior: por eso en él la autora prueba una poética asociada al florecer sensorial reconociendo también la sed: “mi voz / se convierte // en un trago / de sal” (27).
Dulce y salada es esta travesía de humedad, neblina y maravilla; al interior de un paisaje a medio camino entre el sueño: “un mar / de vidrio” (25) y una vivencia real: “el oído / palpa una frontera” (9). Y asombrosamente no es la contradicción convulsa, como pudiera también ser, la que dirime las cualidades del entorno, sino una atmósfera diferente, una singular condición que el tiempo obliga: “una tregua” (7) “en una vuelta / al sol” (27), “sin bordes / sin muelles” (53): “rehace / senderos” (29), “rescata / una búsqueda” (37). Y ahí también está su poesía…
Ocurre que en la brevísima totalidad de este conjunto, Catalina Gré nos ha regalado la conquista de un desafío verbal muy agudo, con voluntad lírica decididamente alejada de los telares que nuestros contemporáneos poetas se han esforzado en propiciar y proponer. Yo quisiera que esta ínfima ofrenda verbal zarpe hacia buena orilla: y lo menciono recordando las nobles elucubraciones de Paul Celan –el más crucial de los poetas en lengua alemana–, quien plasmó la imagen de la poesía justamente como eso, como un irrepetible mensaje en una botella, viajando ciegamente y cruzando los nombres del océano rumbo a otra orilla, donde, ojalá, pueda ser recibido por manos bondadosas: los lectores receptivos, esos amables desconocidos.

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